Diálogo de la película "Notebook" (2004), del guionista Jeremy Leven y la adaptación de Jan Sardi, basado en la novela original de Nicholas Sparks

miércoles, 16 de mayo de 2012

Tras las cometas


Terminé de ver King of California y mis pasos me volcaron hacia las calles del viejo Miraflores. El tibio frío, aunque tardío para Lima en esta época del año, me significó una buena compañía para la noche. Cogí una capucha y alisté mis audífonos. Salí con la mente en blanco. Las calles a medio oscurecer suelen tener una magia, un halo distinto, sobre todo cuando Coltrane suena en tus oídos.

Caminé por Gálvez y las calles que la cortan. En una esquina me detuvo una visión del pasado, la de mi hija, pequeña, con su mirada de ilusión y una cometa en la mano. Me estremecí. No recuerdo haber tenido este tipo de sensaciones antes. Fue tierno y nostálgico verla en la vereda, riéndose, corriendo. Y yo feliz de estar a su lado, de correr con ella para que la cometa alce vuelo y cumpla su objetivo.

Una línea en el personaje de Michael Douglas al final de la película me movió las entrañas, se pegó en mis sienes. Hay que saber cuándo darse por vencido. La historia demuestra, con excelentes recursos artísticos algo tan cotidiano como la irresponsabilidad e inmadurez de los hombres, casi toda nuestra vida. Y ni el ser padres nos aleja de ese karma irremediable, porque la ansiedad y la culpa son sensaciones naturales en el ser humano, pero en el hombre adquiere brotes de tragedia, cegándonos a veces ante la realidad, incluso ante las palabras o hechos que se tiene al frente. El personaje de Douglas tiene una hija entrañable, madura, que lo adora, lo admira y lo sigue, a pesar de todo. Ese hecho, y el a pesar de todo, me dispararon directo al alma.

Las tardes han sido siempre para mí y mi hija. A veces dentro, a veces fuera de casa, pero siempre juntos, riendo, caminando, viviendo. Y ella va creciendo y yo me detengo en el tiempo, algo que las personas no podemos evitar, esa obsesión que ha perseguido al género humano desde tiempos ajenos, volver sobre los pasos andados para repetirlos o corregirlos, detener el tiempo para sentirlo, experimentarlo, congelar las cosas buenas y eliminar las otras. Por eso, la continuidad que representa el devenir de la materia, esa prohibición de regresividad, es la mayor tortura de los humanos, y más de los hombres, que solemos cometer errores por definición, tan naturalmente como respirar. Así estamos hechos.

La idea de que el padre se sumerja en el pozo insondable de la oscuridad, sea mental, sea físico, aterra a cualquier hijo. El personaje de Evan Rachel Wood, Miranda, recorre el camino entre la decepción y la admiración a lo largo de la historia. La relación con su padre es un poco de soledad, otro de compañía, ambos se tienen únicamente, así fue desde la niñez y así se mantuvo, sin socializar ni lograr más comunicación que la de los sentimientos inherentes. Ver a su padre recluido mentalmente la puso a prueba, pero el reto mayor fue comprenderlo, interactuar con él. Sin embargo, lo sigue, lo cuida, lo quiere y lo respeta.

No solamente la forma de reír sino la voz de mi pequeña van cambiando con el tiempo. Ya no es más la pequeña bebé que se encaramaba sobre mí para jugar o hacernos cosquillas, se vuelve todo tan lejano, se evade de pronto el presente y se vuelve pasado. Su mirada de ternura adquiere un tinte de complicidad, de amistad, que relaja, que devuelve la paz al corazón en medio de las desesperanzas de la vida, los fracasos y las decepciones. Esa pequeña se vuelve otra cosa, pero me sigue, me cuida, me quiere y me respeta. Tiene por ciertas las cosas que le digo y me regala confianza, a pesar de mí mismo y de mis torpezas, de la frustración de hacer algo no propio, de ser un forastero en medio de la vida.

Ahora quiero volver a esa esquina, pero me aterra la idea de detenerme en el tiempo con la imagen de mi pequeña, mi loca favorita, corriendo tras ella y su cometa, sumergiéndome en el pozo de mis recuerdos y de mis nostalgias. No quiero ahogarme en la soledad. Lo único que quiero es estar con ella y ser feliz.


1 comentario:

  1. Bladimir Medina Medina16 de mayo de 2012, 11:56

    Muy bueno Fer. Tienes grandes dotes de escritor. Además, me parece una buena forma de perennizar tus sentimientos en estos relatos que quedarán como una herencia invaluable para tu pequeña.

    Un abrazo

    Bladi

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