Un cuento de Navidad ...

Mis recuerdos de mayor nostalgia en relación con la Navidad tienen que ver con mi infancia. Recuerdo que la llegada de diciembre era claramente advertida por grandes y chicos, porque las ventanas de casi todas las casas de la urbanización San Pedro -donde yo viví- se vestían de luces, y eran decoradas con rayos y motivos de las fiestas de diciembre. Las de mi casa las adornábamos entre mi abuelo y yo con esas caritas de Papa Noel que se iluminaban intermitentemente y que tenían una vida milagrosa porque llevaban muchas navidades con nosotros.

Para los juegos de luces que no tenían la misma suerte, era mi labor, autoimpuesta y dedicada, la de revisar uno a uno todos los pequeños focos de colores hasta detectar con maravillado orgullo de inspector anónimo aquella lucecita fallida, descompuesta, la misma que era inmediatamente reemplazada para comprobar con frustración, acto seguido, que el juego tampoco funcionaba. Entonces, la labor se complicaba en esa búsqueda frenética y absorbente hasta detectar todos los problemas y reemplazar los foquitos.

Al final de la primera semana de diciembre ya todas las luces estaban en perfecto estado operativo, el arbolito lleno de guirnaldas y el nacimiento especialmente dispuesto por mi abuela, la que decoraba todos los rincones de la casa con motivos navideños, algunos incluso hechos ex profesamente para la ocasión. Esa magia, esa locura familiar, trasladada a la casa es la que recuerdo con afecto y nostalgia.

Muchos después, ya en mi propio hogar, he logrado transmitir a mi pequeña Fabiana ese espíritu emprendedor de decorar y disponer todo para que luzca distinto, especial, navideño. Tener todo listo para la gran noche es lo que nos motiva a cuidar cada detalle y el hecho de hacerlo en equipo, en familia, es lo que más me gusta de la Navidad, todos a cargo de alguna tarea, como cuando era yo pequeño y mi recompensa estaba en descubrir con sorpresa mis regalos después de las 12 al pie del arbolito.

Para mí Navidad es una fiesta en familia, una ocasión para reforzar la comunicación y hacer cosas juntos, para afinar complicidades para festejar con lo que se tenga y entre personas que se quieren. Es también compartir emociones y nostalgias, es ver la carita de asombro de mi hija mientras me ayuda con los detalles de la cena o su sonrisa perfecta cuando recibe sus regalos, es saber que mi madre se siente feliz por ver a su nieta crecer, eso y muchas cosas más.

Al final de todo, Navidad será para mí la nostalgia de las cosas vividas en familia, y cuando mi hija –algún día- siente en mis rodillas a mis nietos para juntos seleccionar y colocar adornos o preparar las luces que pondremos, seguramente, en su propio arbolito. En ese momento seré inmensamente feliz.

¡Feliz Navidad para todos!

Fernando Cataño Florián

Lima, 23 de diciembre de 2010