Entre angurrientos y oportunistas, homofóbicos y patéticos desubicados
Las campañas electorales suelen ser así, patéticas, ridículas y llenas de sobreactuación, disfuerzo y oportunismo, no es que ésta en particular lo sea, venimos asistiendo a esa misma exposición a la vergüenza colectiva desde hace varios años. Pero qué hacemos para cambiarlo si aunque opinemos con sentido común, quienes tienen la decisión final de cambiar las reglas del juego no lo hacen porque significaría su final lamentable de sus “carreras” políticas, y eso jamás lo permitirán.
Glamorosas “carreras”
Ayer me preguntaba un amigo por qué no se decidió por una planificación distinta para la solución de un problema específico para la ciudad. Mi respuesta fue mucho más allá del caso planteado y basándome en la simple observación de la realidad.
Algo que vemos en cada esquina del Perú es que las autoridades pareciera que tomaran decisiones erradas, aun cuando el sentido común dictaría exactamente el camino contrario. Mi amigo Marco –el narrador- decía con mucha gracia que parecían estar asesorados “por el enemigo”, y no le falta razón. Son muy pocos los casos de pueblos y autoridades que han tomado rumbos distintos, casos en los que la transparencia generó confianza, la honestidad se transformó en fluida comunicación, las obras en resultados y éstos en nuevos períodos de gobierno.
La regla, por desgracia, es el oportunismo político, esa sífilis social que empieza desde lo más bajo y termina por llegar al poder, pequeñas o no tanto cuotas de poder que hacen de los improvisados nuevos señores feudales, empoderados en sus cubículos, amor y reyes de sus escritorios, manejando los plazos a su antojo y maltratando a sus subordinados porque carecen de criterio y de capacidad para gerenciar. De estos estamos llenos en el sector público.
Pero yo distingo dos tipos, los que son directivos por nombramiento y los que lo son por elección popular. En ambos costales encontramos frutos sanos y manzanas podridas, qué duda cabe. Los primeros adquieren su cuota de poder a partir de cierto grado de confianza que el de arriba logra advertir y por lo que le confiere el encargo; los segundos, en cambio, más peligrosos, gobiernan en nombre del pueblo que los eligió. Pero al final de cuentas, ambos se desorientan en medio del camino, si es que tuvieron uno alguna vez, y terminan por simplemente querer perpetuarse en esa pequeña o gran cuota de poder que les asiste. Unos y otros terminan postergando las decisiones verdaderamente importantes a favor de las más populares, de aquellas que les signifiquen seguir en cartera o ser reelectos, respectivamente. Y a eso, en el Perú, se le llama de un modo muy curioso, se dice que esos son los “políticos”.
Y al final qué tenemos, sendas carreras labradas a esfuerzo de autobombo, de conservar el favor o la confianza de los de arriba, o dorarle la píldora a la masa popular que los eligió y seguramente volverá a elegirlos. Definitivamente, lo que no hallaremos será planificación, decisión, vocación de servicio, objetivos de largo plazo, uso de la tecnología, entre otras verduras que nadie se quiere comer.
Buscando legitimación
Tengo para mí que la legitimación de las autoridades públicas, sean directivos del escalafón administrativo del Estado o sean parte de algún nivel de gobierno, se hace en el trabajo consciente con el objetivo de largo plazo, verdadera razón por la que se debe confiar en alguien, ya sea para nombrarlo o darle el voto.
En el Perú solemos votar por el carisma, por la gente que rodea al candidato, por la victimización que sufre en algún momento de la campaña o, peor aún, por cuestiones anecdóticas, como ser deportista, bailarina o amigo del alma. Y en realidad, no tiene nada de malo ser algunas de esas cosas u otras más, pero no debe bastarnos para elegir al mejor candidato sino su propuesta final, y no hablo de que ofrece ni cuán osado es en sus alternativas sino en la forma en que plantea solucionar los problemas de la realidad social con la que se enfrenta, el cómo es más importante que el qué o el cuánto. Eso es definitivo.
Entonces, si en esta ecuación magnífica de personajes y personajillos colocamos a personas con vocación de servicio y un plan de largo plazo que solucione de verdad los problemas de la sociedad a futuro, pensando en la gente y no en los votos, tendremos una autoridad respaldada y legitimada correctamente en su desempeño político. Pero, también curiosamente, eso en el Perú se llama “cojudez”.
Y este escenario de buscar legitimación en lo que supuestamente es válido, como el quehacer cotidiano es a mi entender un vil cuento, no obedece a ninguna planificación ni soporta ningún análisis técnico, solo busca perpetuarse en la comodidad del nicho conseguido, del puesto conquistado, la pequeña o gran cuota de poder asignada. Pero eso es tramposo, es hacer daño a la población, porque se envilece el oficio político del servicio público y se traicionan los verdaderos objetivos estratégicos necesarios para darle calidad de vida y desarrollo a los pueblos.
Lo mismo ocurre en las instituciones públicas. En éstas, las autoridades designadas no están exentas del prurito vicioso de la eterna vitrina gerencial, a riesgo de postergar las decisiones radicales y necesarias. Pero advertimos que esto último se ve desde dentro, no es perceptible por la gente de a pie ni la prensa. Al desconocimiento e indiferencia propios de nuestros ciudadanos de la calle, más interesados en los chismes de moda o las contrataciones de futbolistas de medio pelo, se suma la impermeabilidad que existe en las entidades del Estado, blindadas por el tecnicismo intrincado y la jerga difícil. Pero algunos estudiosos investigan y analizan, otros, más perspicaces, se lanzan a proponer y sugerir. Los más cómodos e inamovibles prefieren señalar y proferir. Cuántos se animarán a decidir y actuar. La viga en el ojo de algunos de estos señores que conforman los equipos de alta dirección de nuestras instituciones públicas es tan grande que hasta parece irreal. Pero la pregunta es, al final de la historia, es una ceguera real o es sencillamente más de lo mismo, la eterna vocación por la perpetuidad, no es del todo errado pensar que es preferible no tomar decisiones críticas para de ese modo seguir siendo elegible como directivo. Y nuevamente lo curioso, en el Perú a esos los llaman “locos”.
Tendencias saludables
Al cúmulo de propuestas que lanzan sin ninguna responsabilidad los candidatos de turno, y sin la menor preocupación por explicar el cómo sino solamente quedándose en el efectismo que tan buenos resultados les trae, vemos que se suman desfachatados contumances, denunciados, enriquecidos, algunos que ya ni recuerdan cuantos años tienen de ser personajes públicos, elección tras elección, lo que demuestra que han perdido la brújula completamente. Y ahi los vemos, desesperados por lograr un cupo en las listas congresales a como dé lugar, porque de eso viven, a eso se dedican, a ser candidatos, a ser electos y a enriquecerse de cualquier forma, total, "la plata llega sola"...
Y peor aún, los vemos aparecer en la televisión o dar entrevistas en radio y afirmar, sin sangre en la cara, que esta vez lograrán hacer lo que en los últimos 5 años no pudieron o no quisieron siquiera intentar. No es desvergonzado pretender conquistar votos con un discurso que exhibe la ineficencia de sus gestiones anteriores, no es acaso un pecado político haber sido electo para un puesto y no tener resultados aque obtener, pero claro, contra qué los comparamos si hace 5 años tampoco ofrecieron planificación ni objetivos de largo plazo que cotejar. Estamos en una aspiral descente, viciosa y lamentable, esa de la que la historia tanto busca evadirse pero en la que termina desembocando ineludiblemente.
Entonces, para cortar de raíz estos males, y siguiendo las tendencias comparadas, la propuesta se resume en:
- El voto en el Perú debe ser voluntario.
- El voto en el Perú debe ser electrónico.
- Los congresistas deben ser electos a mitad del período presidencial.
- Urge una legislación electoral nueva, más dinámica, moderna, ética, transparente, que reordene y redefina la estructura que tenemos para la elección de autoridades, que sea válida para cualquier elección, incluyendo la que en futuro pueda hacerse de magistrados, contralores y demás.
Aunque para ser honestos, y curiosos, en el Perú a esto se le llama "imposible".