"Las mismas cosas allí están
queridas.
No ha pasado tanto tiempo,
Mal que bien. Bien que mal
¿A que no es espléndida Lima?"
Josemari Recalde
No hay, que yo sepa, muchas imágenes de Josemari Recalde (Lima, 1973-2000), no sé por qué. Al contrario, parece ser que la vida se encargó en ir desapareciendo sus retratos o fotografías de a pocos de aquellas personas que alguna vez tuvimos alguna. Yo, por ejemplo, recuerdo haber tenido varias fotos de él y con él, en mancha, en el tontódromo o en Lima como escenario. Algo parecido sucede con los poemas que fuera dejando escritos en cuadernos y servilletas. No es justo, insisto.
Sobre su obra poética se ha dicho poco, lo cual tampoco es justo. Con ocasión del Libro del Sol, se lo ha llamado “hispanista, artífice que no se teme a sí mismo ni a sus construcciones (…), de un verso osado, que no rehúye a sus fuentes y que hace de su enrarecimiento y afectación el mejor atributo; se reconoce en él el esplendor, la locuacidad, las líneas brillantes, las líneas flojas, mi ciudad y sus cuculas palomas. La certeza de un espíritu que se la pasa en las cuculas palomas o fumando acodado. El extraño cristiano. (…) De una poesía pertinente: en sus versos a Santiago de Compostela, en el verano, en sus homenajes y en su vuelco hacia lo propio con la conciencia de una lengua nativa y el idioma castellano” (Tomado de Jirón de Vestiduras, de Marifé N en http://www.caretas.com.pe/).
A mí me asalta el recuerdo de Josemari cuando mostraba al público cautivo de la Cafeta su más célebre poema en su etapa más inicial, Crónicas de mi amiga abancaína y otros hechos de la vida real, que fuera utilizado como texto del curso de Lengua por Roberto Forns en Letras de la PUCP poco tiempo después. Corría el año 1990 y Josemari era cachimbo. Nosotros poblábamos la Cafeta de Letras. Él poblaba su propio mundo.
Pasarían tantos años y vivencias en los años sucesivos, como las travesías por el centro de Lima, Barranco o Magdalena, en pos de tantas cosas, en pos de alguna verdad. Y fueron tantos los amigos alrededor de ese tiempo y de Josemari que teníamos siempre algo de qué arrepentirnos y de qué deprimirnos. El cine, el bar o el café, eran todos momentos buenos para lo que fuera.
A Bruno Mendizábal lo conocí por Josemari, y a éste por Martín Oyata, y a éste por Marco García. Hoy Bruno sigue en San Felipe con sus poemas y su soledad, Martín en Cornell University haciendo de peruanista ilustre, y Marco en Pueblo Libre revisando su siguiente novela luego de haber quedado como mención en el Premio PUCP 2009. Pero también estaban Raúl Burneo, Carlos Solano, Mariano Ramírez, Arturo Higa, Carlos Torres y el desaparecido Miguel Kudaka.
Como he señalado antes, tengo para mí una penitencia constante, que es no haber estado cerca cuando más necesitó de los verdaderos amigos. En diciembre del 2000 yo estaba trabajando en Tacna, al sur de mi cordura, ausente de mí, con el alma adormecida y las sienes apretadas. No he olvidado el momento: me quedé de pie, inerte. Como él mismo anunciara en su Libro del Sol, había “incendiado su cuerpo”, y nos dejaba la sola página escrita, el recuerdo trunco, la ausencia de imágenes. Por eso lo recuerdo mucho. Pasó mucho tiempo para que pudiera llorar su muerte, quizás porque tenía la secreta esperanza estúpida de que apareciera de pronto y nos fuéramos a tomar un café a Magdalena.
Te extraño mucho, Josemari.
Scrabble
Desde niño recuerdo a mi familia congregada en torno de la paz
irrompible del scrabble. Sí recuerdo el momento. Recordar. Evadirse
del presente. Recordar simplemente.
Las fichas del scrabble de mi madre eran marrones y tenues. Hasta hoy lo
siguen siendo, pese a que ahora algunas se han extraviado.
Tocar una ficha da una sensación agradable. Scrabble: sensación agradable.
Aquélla es suave. Pues es probable que esté pulida de la madera del peral.
Uno puede acariciarse la mejilla con ellas.
El tablero del scrabble está como un pretexto sobre la mesa.
Las sonrisas galantes de mi padre a mi madre. Las respuestas corteses. El
fumar. Y el romperse la cabeza. Y el probar. Y las opciones simples.
Yo miraba. Pero también alguna vez tuve mi tablita, que era el sostén de
las fichas.
En la hora del scrabble todo se ponía como más ideal de lo que yo he
puesto a mi infancia. Si la casa entonces, y sus amores, eran perfectos; todo
dolor, con el scrabble, verdaderamente se esfumaba.
Es lo que yo recuerdo en el hogar.
Josemari Recalde