Agradezco a mi amigo el Dr. William Cardich, de probada exquisitez temática en los tópicos que aborda, por acercarme este extracto del ensayo del connotado marco Aurelio Denegri, maetsro en más de una materia, sobre la verdadera y peligrosa naturaleza del ser humano. A continuación, un extracto del ensayo “El asesino desorganizado”.
Interesantes las citas que hace de Konrad Lorenz: “…es inútil seguir buscando el eslabón perdido, porque el eslabón perdido somos nosotros.”
“…Si yo creyera —dice Lorenz— que el hombre es la imagen 'definitiva' de Dios, entonces no tendría mucha confianza en Dios”
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EL ASESINO DESORGANIZADO
por Marco Aurelio Denegri
La pérdida de los controles instintivos
Niko Tinbergen, científico de renombre mundial, ha dicho que el hombre es un asesino desorganizado, queriendo significar con esto que el hombre carece de las barreras naturales instintivas que impiden al animal matar a sus congéneres. Carencia que lo obliga a la creación de disuasivos —normas, leyes, preceptos y mandamientos—, que no tienen por cierto la eficacia de los frenos e inhibiciones que dio natura al resto de los animales.(1)
En el comportamiento agonístico o agonal de los animales, esto es, cuando luchan o pelean (agón, en griego, significa lucha, combate, y por eso se dice agonía de la lucha postrera de la vida contra la muerte); repito que en el comportamiento agonístico de los animales, un gesto de sometimiento, de humillación, pone fin a la contienda. No bien reconoce uno de los contendores su derrota, muestra al adversario su punto más vulnerable. Los cuervos y otras aves ofrecen la parte posterior de la cabeza; los perros y los lobos la garganta. En el mismo instante del ofrecimiento, el vencedor debe interrumpir la lucha, y la interrumpe. Una inhibición propia de su especie le impide dar el mordisco fatal. De esta manera, el más fuerte se impone, pero el más débil sobrevive. El hombre, en cambio, carente de tal inhibición automática, da el mordisco y mata al rival.
La compulsión de matar
En los primeros ciento cincuenta años de los últimos doscientos, en el Occidente civilizado —supuestamente civilizado—, la principal ocupación del hombre ha sido matar. Cada minuto, un ser humano ha dado muerte a otro ser humano. En los últimos cincuenta años, la pausa entre una y otra muerte violenta se ha reducido a un tercio; es decir que actualmente cada veinte segundos un hombre mata a otro hombre.
Lewis Richardson, en su libro Estadística de las Querellas Morales, calcula que entre 1820 y 1945, fueron muertos cincuenta y nueve millones de seres humanos en guerras, ataques homicidas y otras luchas fatales. Considerando, pues, la destructividad, la brutalidad y la estupidez de la especie humana, yo comparto la opinión de Lorenz de que es inútil seguir buscando el eslabón perdido, porque el eslabón perdido somos nosotros. “Si yo creyera —dice Lorenz— que el hombre es la imagen 'definitiva' de Dios, entonces no tendría mucha confianza en Dios.” Habrá que pensar, en consecuencia, como ciertos gnósticos, que a nosotros no nos creó Dios, sino el Diablo, en un momento en que Dios estaba descuidado.
Nuestra incomparable diabolicidad
Somos, pues, diabólicos, y manifestación palmaria de ello es nuestra perseverancia en el error. Bueno fuera, o mejor dicho, no tan malo, que sólo nos equivocásemos; pero no, cometida la equivocación, perseveramos en ella, persistimos en el yerro, en el desatino o despropósito, en la estupidez monda y lironda. Es que no tenemos servomecanismos verdaderamente eficaces; y para enderezar y componer nuestra conducta los necesitamos; porque con la sola razón y las buenas intenciones seguiremos como estamos, desmedrados.
¿Qué es el hombre?
El hombre es un miembro del reino animal, del filum de los cordados del subfilum de los vertebrados, de la clase de los mamíferos, de la subclase de los euterios, del grupo de los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los homínidos, del género homo y de la especie stupidus.
“Todos los hombres —decía Mussolini— somos más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero. ¡Dios nos libre de los estúpidos pesados!”
Nosotros y los antropoides
“Recientemente —dice José María Cabodevilla, en El Libro de las Manos—, tras un serio estudio comparativo entre el hombre y los antropoides, se ha demostrado que, de un total de 1065 rasgos anatómicos, sólo 312 son exclusivos del hombre, de tal suerte que las semejanzas entre nosotros y los monos antropoides con mayores que las que existen entre éstos y el resto de los monos.”
“Tanto ellos como nosotros somos primates, título mucho más insigne que el de simples vertebrados o simples mamíferos, pues 'primates' significa los primeros, los más sobresalientes, los Animales Principales.”
Si lo que Cabodevilla quiere decir es que tal primacía obedece al hecho de ser nosotros los que hacemos las mayores animaladas, entonces concuerdo plenamente con él. Nadie nos supera, en efecto, en la comisión de burradas. Somos, pues, los Animales Principales.
No solamente somos la única especie que no sabe convivir y que mata cada veinte segundos a uno de sus congéneres, sino que estamos empeñados —peligrosísimo empeño— en una creciente destrucción ecológica.
La incapacidad convivencial y la homicidiofilia, o mejor dicho, la homicidioerastia, son ciertamente terribles, pero la destrucción de todos los ecosistemas es de una demencialidad estupefaciente.
Presunción firme —muy firme— de Leakey
Richard Leakey, el gran paleontólogo de Kenia, tal vez el paleontólogo más famoso del mundo y cuyos hallazgos han sido sensacionales, ha publicado, en coautoría con Roger Lewin, el libro titulado Los Orígenes del Hombre. Entresaco de esta obra la cita siguiente, que contiene una presunción lamentablemente muy bien fundada y que dice así: “Quizá la especie humana no sea más que un espantoso error biológico que se ha desarrollado hasta traspasar un punto en que ya no puede prosperar en armonía consigo misma ni con el mundo que la rodea.” A una especie así lo único que le queda es extinguirse. Esto no es pesimismo ni tampoco siniestrosis, como diría Pauwels. Esto es, sencillamente, la pura verdad. Aunque usted no lo crea.
Notas
1/ Sarah Blaffer Hrdy, antropóloga de Harvard, demuestra en su libro The Langurs of Abu, haber pitecocidio entre estos monos de la India. En efecto, cuando se produce el derrocamiento del jefe, el langur triunfante suprime a la prole del vencido. Siendo precario el desempeño de su jefatura, ya que hay siempre otros machos acechantes dispuestos a derrocarlo, el nuevo jefe, deseoso de cubrir cuanto antes a las monas, se vale del infanticidio para acelerar la reiniciación del estro en las madres criantes. Demoraría más, naturalmente, la reiniciación, si no fuese interrumpida la crianza…
2/ …. Nuestro planeta está minado y lo está extraordinariamente. Desminarlo demoraría ... ¿sabe el lector cuántos años demoraría? ¿sabe cuántos? Pues sépalo de una vez y espántese: desminar la Tierra demoraría mil cien años. ¡Mil cien! ¡Sí, más de un milenio! El hecho produce estupefacción y sobresalto. En una palabra, pasmo. La doctora Linda Lema Tucker, …, se expresa como sigue: “Se calcula que 110 millones de minas activas se hallan sembradas en 70 países, es decir, un artefacto explosivo por cada 16 niños o por cada 48 seres humanos en todo el planeta. “Más de 1,400 personas mueren y 780 resultan mutiladas cada mes por acción de las minas esparcidas en todo el mundo. Se calcula que la erradicación total de los artefactos tendrá un costo de unos 33 mil millones de dólares, en un período de 1,100 años.
“Por cada mina que se retira se colocan 20 nuevas. El año pasado (1997) se retiraron 100 mil y se sembraron dos millones.
“Más de 25 países están actualmente en crisis a causa de las minas sembradas en sus territorios.
“En Angola y Camboya hay más minas que habitantes, y en Kuwait hay 280 minas por kilómetro cuadrado.
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